LA LUCHA MÁS FEROZ DE CYRILLE REGIS



United against racism (Unidos contra el racismo). Este es uno de los grandes eslóganes que la UEFA está proyectando en el mundo desde hace muchos años para erradicar esta gran lacra en nuestra sociedad. Son múltiples los ejemplos que se han producido en el fútbol. El último de ellos se focalizó en Francia. Mario Balotelli, estrella del Niza, contestó a los cánticos racistas de los radicales del Dijon en un claro acto de rebeldía y, sobre todo, de injusticia por la permisividad con este tipo de actitudes xenófobas. El colegiado no dudó en tomarse el gesto como una provocación y le amonestó. El internacional italiano ya sufrió un episodio similar en la liga gala. “¿Es normal que los hinchas del Bastia imiten los gritos de mono durante todo el partido y que nadie de la supuesta comisión de disciplina diga nada? ¿El racismo es legal en Francia o solo en Bastia? Ha sido una vergüenza”. Pero no solo los aficionados protagonizan estos hechos censurables. También los entrenadores, directivos, dueños de clubes e, incluso, los propios futbolistas se contagian de una espiral tan peligrosa cuyas consecuencias pueden ser devastadoras para el presente y futuro del deporte rey. Recientemente, a unos miles kilómetros de distancia, Mark Sampson, exseleccionador inglés de fútbol femenino, ha sido acorralado por la denuncia de una de sus jugadoras en una comisión deportiva en el Parlamento británico. Eniola Aluko, originaria de Laos y criada en Birmingham, fue vejada e intimidada por su técnico hace cuatro años con una frase demoledora al saber que tendría visita de su círculo más íntimo: “Asegúrate de que tu familia no trae el ébola a Wembley”. Incomprensiblemente, el estamento del fútbol anglosajón dio la espalda a Aluko y pactó con ella una indemnización de 80.000 euros para evitar que este asunto tuviera una mayor trascendencia. Sampson salió impune de este escándalo y su credibilidad no fue dañada.

Sin lugar a dudas, el racismo es el gran desafío para las autoridades involucradas en la evolución de un deporte que aún tiene muchas lagunas. Hace exactamente 30 días, el fútbol inglés se tiñó de luto por la muerte, a los 59 años de edad, de uno de los símbolos de toda una generación emergente de futbolistas negros en una época donde la discriminación racial fue notoria. Cyrille Regis fue un ejemplo de supervivencia al que los insultos y los abucheos que padeció en los estadios ingleses le sirvieron de estímulo para no renunciar a su sueño. Toda su vida luchó contra la segregación por el color de su piel, primero con un balón y después con la palabra y la imagen. Su figura trascendió como un pionero y talismán en abrir una vía hacia la normalidad en los años en los que se iniciaba el thatcherismo. “Si no fuera por él, por su orgullo y valentía, por la dignidad con la que afrontó todo tipo de episodios racistas, el juego multicultural que ahora damos por descontado nos habría llevado mucho más tiempo en lograr”. Así lo definió Liam Rosenior, actual jugador del Brighton de ascendencia sierraleonesa y columnista de The Guardian.


Regis fue uno de los primeros iconos en la lucha por la igualdad. Nacido en la Guayana Francesa, este delantero centro de físico imponente llegó a Inglaterra con tan solo 5 años. Se ganaba la vida a finales de los años setenta como electricista en Notting Hill, un barrio ubicado en el oeste de Londres. Los fines de semana su campo de acción transcurrió en un modestísimo equipo amateur, el Hayes Football Club. Allí se curtió como futbolista a base de goles gracias a su potente disparo. Incluso sus espectaculares arrancadas no pasaron desapercibidas para un ojeador del West Bromwich Albion, quien no dudó ni un instante en reclutarle. En Birmingham explotó todas sus cualidades. Sus registros goleadores durante sus cinco años en el club de los Midlands reforzaron su candidatura para vestir la elástica inglesa. Fue el tercer jugador de raza negra que se enfundó la camiseta de los Three Lions. Viv Anderson, del Nottingham Forest de Brian Clough, y su compañero en el WBA Laurie Cunningham tuvieron el honor de ser los primeros en entonar el God save the Queen en Wembley. Cyrille encarnó un período idílico potenciado por su remate y por unas condiciones técnicas y atléticas admirables. Su eclosión con The Baggies a finales de los setenta y principios de los ochenta le catapultó a la fama en una etapa donde la ultraderecha, en connivencia con el Gobierno británico, adquirió cierta relevancia. Durante su prolífica carrera siempre fue el blanco de la ira de los racistas que se infiltraban en el hooliganismo. En sus inicios experimentó el odio racial de individuos de estratos sociales sin apenas recursos económicos. “No negros, no irlandeses y no perros. Si quieres tener a un negro por vecino, vota al Labour”. El barrio donde residía estaba lleno de carteles que contenían este bochornoso mensaje.


El delantero caribeño vivió sus mejores momentos en una entidad que le concedió una oportunidad para destacar como profesional. Su coraje y su constancia le ayudaron a combatir los más duros insultos de los rivales, los escupitajos de los hinchas y los lanzamientos de plátanos de los irracionales. Su entrenador, Ron Atkinson, predecesor de Sir Alex Ferguson en el Manchester United, fue su guía espiritual en un equipo donde emergía un joven Bryan Robson. Pero el impacto fue total cuando el inglés reunió en su plantilla a tres futbolistas negros: Cyrille Regis, Laurie Cunningham y Brendon Batson. Consiguió poner el grito en el cielo reivindicando la igualdad de razas en una sociedad absolutamente conservadora. Fueron rebeldes en los terrenos de juego. Fuera de ellos contestaban con modales y una sonrisa. Regis fue el más mediático. Apodados The Three Degrees, en honor al grupo femenino de soul y R&B de Filadelfia que triunfó especialmente en el Reino Unido y que aún sigue en activo, lograron ser idolatrados por muchos fans que ensalzaban su carisma aunque también fueron víctimas de ataques racistas por parte de miembros del Frente Nacional. “Les debemos tanto. Ellos tuvieron que mostrar la otra mejilla. Eran como Martin Luther King. Yo fui más como Malcolm X”, aseveró Ian Wright, el legendario exdelantero del Arsenal, uno de los deportistas más contestatarios en las islas junto a Dion Dublin. “Pero imagínate que alguno de ellos en esa época, con todo el abuso que aguantaron, se hubiera lanzado contra la muchedumbre. ¿Crees que hubieran podido continuar jugando al fútbol? Los hubieran metido en la cárcel por eso”, contestó el ex del Manchester United y del Aston Villa, entre otros clubes, a un periodista. Regis explicó su dura travesía en su autobiografía: “Cuantos más abusos recibía, más rabia canalizaba en mi juego”. Sin embargo, la anécdota más indigna que recuerda aconteció antes de su debut con la selección inglesa. En el vestuario, abriendo cartas de aficionados, visualizó una de ellas con el siguiente mensaje: “Si vuelves a poner los pies en Wembley, perderás una de tus rodillas”. Lo más impactante es que dicho mensaje iba acompañado de una bala.


Diez años antes de su fallecimiento fue condecorado con la Orden del Imperio Británico. Según una encuesta efectuada en la BBC fue elegido por los seguidores del West Bromwich Albion como el mayor héroe en la historia del club. Su excompañero Brendon Batson lo recordó con una escueta frase: “Creo que inspiró a muchos niños, negros y blancos”. En 1987 levantó su único título, una FA Cup frente al Tottenham, con el Coventry City, y sus últimos coletazos se desarrollaron en el Aston Villa, Wolverhampton, Wycombe y Chester City. Marcó un total de 158 goles como profesional, una cifra que llamó la atención de Johann Cruyff. El holandés quiso contratarlo para el Ajax, pero finalmente no le sedujo la idea de emprender una nueva aventura en el extranjero.

A Cyrille Regis no le atemorizaron las amenazas. Nadie logró que sucumbiera a la adversidad y lidió la controversia con mucha soltura. “Conservo la bala como un recuerdo del mal que algunas personas llevan en su interior. Durante el resto de mis días como futbolista, fue una motivación el hecho de que no consiguieran pararme”. John Barnes, leyenda del Liverpool y de origen jamaicano, fue más explícito en su exposición: “No hubo un partido en los años ochenta en que no recibiera insultos racistas como jugador negro”. Batson también lo sufrió y aportó un sobrecogedor testimonio: “Cuando bajábamos del autobús en los partidos como visitante, el Frente Nacional nos estaba esperando. En aquellos días, no había seguridad y teníamos que correr hasta el estadio. Cuando llegábamos a la entrada, había escupitajos en mi chaqueta o en la camiseta de Cyrille. Así era entonces. No recuerdo hacer grandes dramas y llorar por eso. No era precisamente algo nuevo para nosotros”.

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