EL TEATRO DE LOS SUEÑOS HONRA A SUS HÉROES INMORTALES
Un reloj en Old Trafford, parado a las 15:04, recuerda el
trágico accidente aéreo en Múnich que segó la vida de parte de la generación de
jugadores más prometedora de Inglaterra. Hoy se cumplen 60 años de un drama que
encogió los corazones de los aficionados del Manchester United. Aquel 6 de
febrero de 1958 fue, sin duda, una de las peores fechas en la historia del
fútbol. En el regreso de Belgrado, tras deshacerse del Estrella Roja en los
cuartos de final de la Copa de Europa, el vuelo que transportaba a los
archiconocidos Busby Babes hizo
escala en el aeropuerto de la capital bávara. La climatología era terrible.
Nevaba copiosamente. Tras el repostaje, el avión intentó alzarse
infructuosamente en dos ocasiones. El nerviosismo entre los 44 pasajeros era
latente. Descendieron del avión con la expectativa de volar al día siguiente,
ya que la nevada arreció. Duncan Edwards, la rutilante promesa de 21 años de
los red devils, envió en ese momento un
telegrama a su familia: "Todos los vuelos cancelados. Stop. Volamos
mañana. Stop". Su hoja de ruta se torció en cuestión de segundos.
Finalmente, el piloto y el copiloto acordaron despegar, y los pasajeros
regresaron quince minutos después. El Elizabethan
volvió a intentar el despegue. Billy Whelan, uno de los futbolistas más
importantes de la plantilla, visualizó la tragedia: “Vamos a morir, pero estoy
listo”. Sus estremecedoras palabras anticiparon su destino final. El aguanieve
de la pista frenó el avión hasta 194 kilómetros por hora, haciendo imposible su
despegue. Sin posibilidad de elevarse, colisionó contra el vallado del
perímetro, y el ala izquierda y la cola de la nave chocaron contra una casa
deshabitada. Siete jugadores
(Roger Byrne, Geoff Bent, Eddie Colman, Mark Jones, David Pegg, Tommy Taylor y
Billy Whelan) murieron en el acto, y Duncan Edwards quince días después. Antes
de fallecer, a causa de sus graves heridas, lo último que hizo fue preguntar
cuándo jugarían contra el Wolverhampton. “¿Eres tú? ¿El partido es a las tres?,
le susurró a James Murphy, el fiel asistente del entrenador Matt Busby.
"Fue el único jugador que me hizo sentirme inferior. Si
tuviera que jugarme la vida en un partido y llevar a alguien conmigo,
elegiría
a Duncan Edwards", dijo de él Bobby Charlton. La misma desgracia
vivieron quince pasajeros más, entre periodistas, aficionados y miembros
de la tripulación. Harry
Gregg, el guardameta irlandés del club, se disfrazó de héroe y salió por
su
propio pie del avión para ayudar a otros pasajeros ante el peligro de
que
hubiera un incendio. Se cobrarían tres vidas más: Frank Swift,
periodista y
exportero del Manchester City, murió durante el trayecto al hospital, el
copiloto Kenneth Rayment sufrió daño cerebral y falleció al mes de haber
sido
hospitalizado, y Johnny Berry, el futbolista que extravió el pasaporte y
retrasó
el vuelo una hora, estuvo dos meses ingresado sin saber qué había
pasado.
Incluso se enojó porque su íntimo amigo Tommy Taylor, compañero de
equipo, ni
siquiera había ido a visitarlo. Permaneció dos meses en Alemania antes
de ser
dado de alta. Al regresar a Inglaterra, se enteró del accidente y que
ocho de sus
compañeros, incluido el propio Tommy Taylor, habían muerto.
El accidente no solo destrozó al United, sino a toda una nación. Las noticias eran desoladoras. El silencio se apoderó de una población perpleja por un suceso de una dimensión inimaginable. Los diablos rojos se quemaban en su particular infierno. Una pléyade de jóvenes estrellas, con una media de edad de 24 años, estaba destinada a dominar el fútbol mundial durante al menos una década. Empezaban a discutir el reinado del Real Madrid en Europa. “Hubieran sido el mejor United de la historia. De hecho, lo eran. Lo hubieran ganado todo”, aseguró Wilf McGuinness, que asistió a todos los funerales de sus compañeros. El excentrocampista inglés tiene 80 años en la actualidad y se libró de viajar en avión porque estaba lesionado. “Piensas en los que se fueron, no piensas en que tú escapaste o no viajabas. Pienso en lo buenos que eran, nunca lo olvidaré. Es lo más importante que me queda. Eran muy especiales, y tan jóvenes cuando murieron. Ocho de ellos no están entre nosotros y dos no jugaron más. Fueron tiempos muy difíciles, aún ahora”. Jackie Blanchflower y Johnny Berry jamás pudieron golpear un balón. Algunos como Harry Gregg, que salvó a una mujer y a su hija pequeña de entre las llamas, o Billy Foulkes, Dennis Viollet, Bobby Charlton, Albert Scanlon y Kenny Morgans salieron indemnes. El técnico Matt Busby, hijo de un minero asesinado en la Primera Guerra Mundial, llegó a recibir la extremaunción en dos ocasiones. Incluso no fue informado del fallecimiento de su jovencísima estrella Duncan Edwards ante el temor de que se agravara su crítico estado físico. Jimmy Murphy, la mano derecha del jefe escocés, no subió a ese avión pero sí que viajó a Múnich para visitarle al hospital. “Mantén la bandera ondeando hasta que vuelva”, espetó Busby a Murphy. Nueve semanas después regresó a Mánchester. Aún se encontraba en estado de shock. Al principio renegó del fútbol, pero su mujer y el Mundial de Suecia, el primero que se televisó, le hicieron reconsiderar su decisión inicial. Ya no dudó en trabajar en memoria de los fallecidos y logró armar otro equipo de época, con un juego exclusivamente ofensivo, donde la Santísima Trinidad (Denis Law, Bobby Charlton y George Best) engrandeció a un club que exactamente diez años más tarde de la catástrofe aérea se alzó con su primera Copa de Europa. Ayudó a forjar unas señas de identidad en una institución cuyas heridas estaban cicatrizándose. En otras palabras, se encargó de reconstruir un equipo literalmente destruido.
Busby, exjugador del City durante ocho temporadas, fue contratado siete años antes de la consecución de su primer título liguero tras 41 años de sequía. Promovió una regeneración total con el reclutamiento de talentos desde equipos escolares que no tenían rivales en los torneos juveniles. Con un estilo brillante, combinando un ataque arrollador y una disciplina ejemplar, el Manchester United dejó huella en cada estadio. Así lo definió Harry Gregg, superviviente de la tragedia de Múnich: “Puede que no fuéramos el mejor equipo del mundo. Puede que nunca lo llegáramos a ser. Pero sin duda fuimos los más queridos. El equipo tenía juventud, carisma y, sobre todo, humildad. La magia del United pudo desaparecer en Múnich, pero las emociones que generó aquel equipo permanecen imborrables en la memoria de los aficionados".
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